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5 pueblos costeros italianos menos conocidos para escapar del turismo masivo »

Italia alberga una infinidad de pueblos costeros que mantienen viva la identidad marinera lejos de los focos, con ritmos pausados, gastronomía de proximidad y escenas cotidianas que sobreviven a la presión del turismo masivo. En esta selección se prioriza atmósfera auténtica, accesos razonables, caminabilidad y una estacionalidad amable en otoño, cuando la luz dorada devuelve contrastes suaves a las fachadas y el mar retiene algo de calor.

Son lugares donde una pausa para un espresso puede durar más de lo previsto, donde el aperitivo ocurre al borde del muelle y donde el alojamiento boutique suele estar en edificios históricos restaurados con mimo. Para viajes de fin de semana largos o rutas de varios días enlazando estaciones y ferris, son un respiro real frente a las aglomeraciones.

Además, el otoño trae tarifas más contenidas, disponibilidad en restaurantes sin listas de espera eternas, y horizontes limpísimos al atardecer para fotografía. En cada pueblo se recomiendan paseos a pie, respeto por la vida local y reservas con antelación en alojamientos pequeños, que suelen tener pocas habitaciones.

1. Camogli, Liguria

Camogli preserva la postal de la Riviera ligur con un pulso más vecinal: fachadas en trompe-l’oeil que simulan cornisas y molduras, un paseo marítimo de piedras redondeadas, y un puerto diminuto donde botes coloridos siguen saliendo a la pesca diaria.

El plan perfecto comienza con focaccia y cappuccino frente al mar, sigue por la ruta panorámica hasta San Rocco y desciende por senderos al monasterio de San Fruttuoso, accesible también en barca cuando el mar lo permite. En otoño, el aire salino es más nítido, el sol cae oblicuo sobre las fachadas pastel y los fines de semana siguen animados sin la saturación de agosto.

Los alojamientos suelen ser casas históricas reconvertidas con vistas laterales al mar y desayunos sencillos pero memorables. Conviene reservar ferris y revisar el clima si se pretende combinar caminata y navegación en el mismo día. Para comer, las trattorias familiares sirven trofie al pesto, fritto misto y vinos blancos locales. Los fotógrafos valoran la hora azul desde el extremo del muelle, cuando las luces del pueblo se reflejan en el agua lisa y los tonos se vuelven eléctricos.

2. Tellaro, Liguria

Más íntimo que sus vecinos célebres, Tellaro cuelga sobre las rocas y ofrece callejuelas empedradas que serpentean hasta una iglesia asomada al horizonte. La sensación es de refugio marinero: poco tránsito, gatos al sol, balcones con macetas, y calas pequeñas que, en septiembre y octubre, aún invitan a breves baños.

El pueblo se recorre en poco tiempo, pero la recompensa está en demorarse: leer con el rumor del oleaje, mirar cómo cambian los tonos del agua y elegir una mesa con vista para una pasta con frutos del mar. Las escaleras exigen calzado cómodo, y los amaneceres suelen ser espectaculares para fotografía en larga exposición. Un paseo recomendable es continuar hacia Lerici por la costa, combinando buses locales o tramos a pie.

En temporada baja, la hospitalidad es cercana, y no es raro que el dueño del pequeño hotel recomiende bodegas o panaderías de confianza. Para quienes buscan silencio de verdad, la noche en Tellaro es de murmullos y faroles, perfecta para desconectar.

3. Marzamemi, Sicilia

Marzamemi fue una tonnara, y su plaza de piedra abierta al cielo resume la estética siciliana más luminosa. Mesas al aire libre, puertas azules, buganvilias desbordadas, y la brisa que juega con el aroma de tomates de Pachino y la bottarga.

Es base ideal para combinar cultura y mar: Noto y su barroco están a un paso, así como playas claras del sudeste, rutas de salinas y reservas costeras donde el tiempo parece detenerse. En otoño, la luz acaricia las fachadas y los mediodías se alargan sin sofoco; las cenas pueden estirarse en terrazas mientras suenan conversaciones en siciliano.

El secreto está en alternar mañanas de playa con visitas cortas a pueblos cercanos, y en reservar mesa para probar pasta con atún y pistacho, o una caponata bien balanceada. La arquitectura humilde de la antigua industria pesquera convive con boutiques y galerías discretas, sin perder del todo el alma de pueblo. Para caminar, lo mejor es hacerlo temprano o al atardecer, cuando la plaza se convierte en escenario natural.

4. Termoli, Molise

En el poco transitado Molise, Termoli asoma como una sorpresa agradable: borgo medieval amurallado que cae hacia el Adriático, playas amplias y los trabucchi, antiguas máquinas de pesca sobre pilotes de madera que evocan técnicas tradicionales. Su ubicación permite combinarla con escapadas a Puglia o Abruzzo, y el tren la conecta con facilidad.

El casco antiguo merece un paseo sin mapa, entrando y saliendo de arcos, descubriendo pequeñas iglesias y balcones con ropa tendida que enmarcan escenas cotidianas. En otoño, el mar suele estar tranquilo y el clima invita a caminar por la arena en las últimas horas de sol.

La gastronomía destaca por sopas de pescado, brodetto y vinos locales sencillos. Para familias, la playa es cómoda y el ambiente sereno; para parejas, el borgo ofrece rincones íntimos y miradores perfectos para ver cómo el horizonte se incendia de naranja. Es uno de esos lugares donde la vida no se disfraza para el visitante, y por eso mismo conquista.

5. Sperlonga, Lacio

Entre Roma y Nápoles, Sperlonga luce casas blancas y escalinatas que desembocan en playas doradas de bandera azul. La villa de Tiberio y su gruta añaden una capa histórica que hace dialogar el mar con el legado romano. Su trazado invita a perderse: pasajes estrechos, puertas enmarcadas, patios escondidos y ventanas floridas que miran al Tirreno.

En la segunda mitad de septiembre y en octubre, el agua todavía puede ofrecer baños breves y las tardes se vuelven una delicia para pasear sin prisa. Los mejores encuadres fotográficos aparecen desde los miradores altos, donde la curva de la bahía compone líneas suaves.

La oferta gastronómica combina pescados del día, pasta a la vongole y helados artesanales. Llegar en tren y bus desde Roma es factible, aunque contar con coche facilita explorar calas de los alrededores y el cercano Parque del Circeo. Es un destino donde cada esquina parece diseñada para un lienzo, pero mantiene la escala humana que se agradece cuando baja la marea del verano.

Junior Marte

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